Reorganización y diseño de política agrícola salvadoreña post-Pandemia COVID19: “el paso de la economía importadora a la economía comunitaria”. Parte 1.
Pasar de la economía dependiente de la importación a la economía solidaria y autosuficiente de la economía comunitaria implica rediseñar de manera conceptual y práctica dos elementos substanciales. Primero, el que se otorga al plano estrictamente económico, es decir, lo relativo a las Formas, esto es, hacer de la agricultura una alternativa de sobrevivencia, subsistencia que de manera articulada, concatenada, coadyuvante y factible se una con el Segundo concepto referido a los Modos, los cuales implican reconvertir la agricultura en un concepto de vida, de mundo, de identidad, devolviéndole su sentido histórico, étnico, cultural, haciendo lo propio dentro de lo propio, es decir, construir nuevamente una Cultura de la Agricultura.Pedro Ticas
2-mayo-2020
No esta demás revisar el impacto de la segunda guerra mundial en los países dependientes, la cual, dicho sea de paso, únicamente respondía a los interés económicos y geopolíticos de los países industrializados. Pero como siempre ha sucedido, las sociedades dependientes sudan calenturas ajenas, a menos que se trate del interés de algunos grupos de poder local que ven en la guerra, una de los mejores instrumentos de ganancia económica. En esa línea, al terminar la Segunda Guerra Mundial, en materia agrícola, los países pobres fueron destinados a la producción extensiva de alimentos y en el caso de países pequeños, a la agricultura intensiva, el propósito: Alimentar a la Europa desbastada. A cambio, los países industrializados vendieron su obsoleta maquinaria agrícola e industrial
Nota de referencia.
Abordo en esta Primera Parte, los elementos conceptuales y empíricos de mi propuesta PEADEN para la construcción epistemológica de las políticas agrícolas en el país. Las políticas deben ser pertinentes, particulares y singulares a la realidad de sus condiciones históricas, étnicas, poblacionales, sus recursos naturales y ecosistemas de cada territorio en donde se implementen. En un país pluriétnico, multicultural, pluricultural y multiétnico las identidades se han construido de distintas formas, ése, debe ser el principio básico de toda política de estado en cualquiera de las esferas de su vida.
Tal como señalé hace algún tiempo, el mundo aprenderá a convivir con la Pandemia Covid19. Esto significará reconfiguraciones poblacionales, territoriales, étnicas, económicas, culturales, sociales, socioambientales, sanitarias, educativas, pero fundamentalmente, identitarias. Las identidades (particularidades y singularidades) modificarán el escenario poblacional como sujetos de producción material e intelectual. La Pandemia no será la causante, ésta es únicamente el instrumento del nuevo orden económico mundial, el costo, de nueva cuenta como en la Segunda Guerra Mundial: la humanidad.
A imagen y semejanza de esa guerra, el capital internacional se reacomoda, reorganiza, elige las nuevas reglas de la producción, distribución y consumo de las mercancías. En Latinoamérica, a diferencia del estado de su condición en el que poseía suficientes Recursos Naturales durante y posteriormente a la segunda guerra mundial, ahora no cuenta con todos ellos y en la misma calidad. Inmensos bosques, reservas hídricas, minerales, etc., han desaparecido, extinguido por intervención de diversos capitales voraces. Así pues, el reto de su sobrevivencia consiste en reconvertir dichos recursos. Esos recursos que antes le significaron la recepción de capital industrial obsoleto para el mundo europeo y novedoso para varios países latinoamericanos y que posibilitaron su incorporación a la División Internacional del trabajo, ahora deben reconvertir esos recursos naturales perdidos en recursos humanos de capital de trabajo y consumo. La especialización de la fuerza de trabajo habrá de ser una condición sine qua non de sobrevivencia, especialmente en países pobres y dependientes.
Sobre mi propuesta del PEADEN: elementos conceptuales para las políticas Agrícolas
Inicio este escrito señalando que el 25 de septiembre de 2014, el periódico Contrapunto me hizo favor de publicar buena parte del trabajo que ahora presento y que en aquella ocasión titulé como “Propuesta de Política agrícola salvadoreña: el paso de la economía importadora a la economía comunitaria”. Ahora me ocupo de incluir diversos elementos que me parecen sustanciales en virtud del impacto que la Pandemia Covid19 tendrá en El Salvador en todas las esferas de la vida educativa, sanitaria, cultural, territorial, socioambiental y particularmente agrícola en diversos grupos etarios y étnicos.
En mis más recientes trabajos, he señalado los cambios económicos, políticos, poblacionales, territoriales, culturales y socioambientales que este fenómeno generará, no tanto por sus efectos biológicos y biogenéticos, sino por el nuevo orden mundial que el sistema capitalista adoptará en razón de dos propósitos. Primero, la reducción de la sobreproducción que el sistema ha acumulado por más de 100 años, particularmente en relación a su producción industrial y, Segundo, porque dada dicha sobreproducción acumulada, las formas de distribución (mercantiles) han rebasado las posibilidades de su consumo de las mercancías producidas con sobrevalor y, por tanto, el capital muerto y capital vivo perteneciente a la esfera de la producción han perdido su valor real. En dicha producción de mercancías de sobrevalor, algunos países industrializados han saturado el mercado abaratando las mismas mercancías, con ello se ha generado el acceso al mercado de sectores económicos anteriormente destinados al consumo paulatino. Ahora el gusto cultural por las mercancías a más bajo precio de compra ha sido modificado. La población consume productos a más bajo precio, aunque el tiempo de vida de esas mercancías sea menor. Así las cosas, casi todas las figuras, tipos y formas de las mercancías anteriormente vetadas a poblaciones pobres o sectores medios, ahora son de fácil acceso y poder de compra. Esto en la esfera mercantil; pero también ocurre lo mismo en la esfera de la producción material. La ampliación y accesibilidad a este nuevo mercado, también ha trascendido hasta la esfera de la producción. Micro, Pequeñas y Medianas empresas productivas que van desde el orden de lo individual, familiar y corporativo se hallan en posibilidad de ser parte de la distribución y consumo de mercancías, espacios históricamente negados.
En esta línea, la división internacional del trabajo establecida después de la segunda guerra mundial se reacomoda. Ahora, no por efecto de la Pandemia Covid19 en sí misma, sino por la coyuntura de impacto mundial que algunos países industrializados aprovechan (igual que sucedió en la segunda guerra mundial), para retomar el control de la producción, distribución y consumo mundial a través de una nueva División Internacional del Trabajo orientada principalmente a deshacerse de la sobreproducción generada durante 100 años y con ello, reducir las posibilidades de algunos países de sobreacumular diversos bienes de capital. En esa lógica, sin lugar a dudas, muchos países pobres se harán más pobres y otros emergerán como menos pobres. Pero su condición de pobres no desaparecerá porque eso asegura el control poblacional mundial. Pero de este asunto mundial me ocupo en otro trabajo, empero, es importante traerlo a cuenta porque el contexto de mi propuesta de Política Agrícola para El Salvador se haya plenamente articulada a la situación mundial desde siempre. Desde estas premisas, el escrito que ahora presento constituye una síntesis de formulaciones teóricas, trabajo de campo, verificaciones y contrastaciones entre teoría y realidad que durante muchos años he realizado con micro, pequeñas y medianas unidades productivas en los niveles individual, familiar, cooperativo, etc. En mi libro titulado “Campesinos en El Salvador, Economía, migración y narrativa, Ed. UTEC, El Salvador, 1998” desarrollo con más detalle y extensión el asunto agrícola.
Solo la observancia epistemológica y la intervención in situ sobre la cotidianidad de la práctica agrícola en todo el territorio nacional, me han permitido generar elementos nomotéticos e ideográficos para la elaboración de este escrito. De igual forma, algunos de los elementos de contexto que hoy presento, han sido utilizados como instrumento de comprobación de la presente propuesta de manera que no indiquen acomodaciones subjetivas insustentables, sino, por el contrario, la reafirmación de las formulaciones.
Los elementos de contexto y definición
Pasar de la economía dependiente de la importación a la economía solidaria y autosuficiente de la economía comunitaria implica rediseñar de manera conceptual y práctica dos elementos substanciales. Primero, el que se otorga al plano estrictamente económico, es decir, lo relativo a las Formas, esto es, hacer de la agricultura una alternativa de sobrevivencia, subsistencia que de manera articulada, concatenada, coadyuvante y factible se una con el Segundo concepto referido a los Modos, los cuales implican reconvertir la agricultura en un concepto de vida, de mundo, de identidad, devolviéndole su sentido histórico, étnico, cultural, haciendo lo propio dentro de lo propio, es decir, construir nuevamente una Cultura de la Agricultura.
Tanto la Forma y el Modo se hallan implícitos en un Sistema. Sin la concurrencia de ambos, muy difícilmente puede establecerse una política agrícola coherente, sistémica, eficiente, y, sobre todo, capaz de responder a las necesidades alimentarias de la población en función de su sobrevivencia biológica y cultural. Si la Forma obedece a las maneras y alternativas de la producción, los Modos por su parte responden a las propias identidades, tradiciones, y sistemas culturales heredados y transferidos de padres a hijos durante generaciones, en tal sentido, la Forma adquiere características propias de la cultura y el Modo las características de la Forma. Este sincretismo otorga a la agricultura connotaciones culturales particulares y propias que le significan identidad. Con ello se rompe el carácter economicista impuesto por los fisiócratas del siglo XVIII hasta la fecha y se devuelve a la población el carácter histórico-cultural de su relación con la tierra, con el ecosistema holístico, particular y singular, en simples términos: con su propia identidad.
La economía solidaria, comunitaria y autosuficiente deriva de la organización de sistemas tanto de Forma como de Modos. En estricto sentido, las Formas económicas pueden ser múltiples y variadas en un mismo Sistema Económico. Por ejemplo, en el sistema capitalista, las formas de producción agrícola dependen de las condiciones naturales, humanas y materiales existentes en cada localidad. Esto hace posible que cada localidad, cada unidad familiar difiera, diseñe y aplique sus propias Formas de producir la tierra en total coincidencia con su sentido de la vida, su cultura, su identidad, sus tradiciones y sus propias perspectivas de mundo, es decir, los Modos. Pero la tarea de la economía solidaria, comunitaria o interfamiliar no se halla únicamente identificada con las Formas y los Modos, también aparecen otra serie de variaciones que hacen posible su existencia y su estructura.
El ciclo de producción capitalista inicia con la propiedad, la cual, en el mismo sistema capitalista adquiere un valor de cambio históricamente no transferido a la fuerza de trabajo, es decir, al productor agrícola. Ese trabajo, del cual se apropia el capitalista, no es más que el trabajo realizado por el jornalero agrícola, el que transforma la tierra y le transfiere un valor de cambio. Así que entonces, si en la economía capitalista la venta de fuerza de trabajo y su subsecuente subsunción real abarata su valor, en la economía solidaria y comunitaria, el trabajo adquiere un valor extra de la relación trabajo-salario, esto es, el valor de Uso. Dicho valor está destinado a la satisfacción de las necesidades colectivas, familiares, las cuales otorgan al producto un extra valor conferido por la cultura, tradición e identidad, tres aspectos que escapan totalmente a la lógica e interés del capital industrial y tecnológico. Precisamente, al respecto de esto último que escapa a la lógica capitalista formal, la economía comunitaria merece especial atención y requerimiento.
En El Salvador se muestran conformaciones feudales y conformaciones tecnológicas. Ambas coexisten de manera independiente, desarticulada. Lo tecnológico no significa que haya una sociedad tecnologizada, eso, es un estado cultural nacional que aún no se alcanza. La circulación de mercancías o productos tecnológicos no significan la existencia del dominio y control sobre los mismos; en el mismo sentido, la existencia de algunas fábricas tampoco indican que el estado de desarrollo de la sociedad general se dinamice desde la lógica de la cultura industrial como punto de partida de sus relaciones sociales, en realidad, tanto la industria como la tecnología aparecen como destellos de la relación entre los individuos y las mercancías, pero no entre los mismos individuos. En dichas circunstancias, se han instalado en la sociedad pequeños capitales internacionales que en territorio nacional se han convertido en grandes capitales. Su mínima expresión de desarrollo ha provocado la confusión y aparentemente, el voluntarismo individual de la organización económica, sin proyección alguna de lo nacional. Capitales individuales se dinamizan de acuerdo a sus propios intereses, sin construcción del verdadero capital nacional que oriente al país, que construya un proyecto de nación propio. En medio de todo ello se haya la dinámica social que cambia su rumbo constantemente en función de lo que aparece fugaz o fortuitamente en el contexto internacional. Ocurrencias y experimentos internacionales han encontrado un verdadero nicho en El Salvador. Uno de esos nichos se expresa en la agricultura. En un trabajo anterior señalé algunos de los principales problemas que en países dependientes y pobres ha dejado la globalización como consecuencia de esas ocurrencias y experimentaciones.
“…500 años de historia de los países pobres no han sido de su propia historia, sino, de la historia de los otros, de la dominante sobre el dominado, del esclavista sobre el esclavo. Así las cosas, el epilogo de la pobreza no puede expresarse irrespetuosamente en simples modelos globalizados que nuevamente construyen modalidades de esclavitud, la cual ya no estará determinada por la globalización, sino por la sobrevivencia local. Por ello, en términos reales, la globalización ha dejado: 1) aniquilamiento del aparato productivo histórico, 2) falta de generación de empleo, 3) marginación de la pequeña producción manufacturera- no maquiladora, 4) falta de acceso al mercado para pequeños productores, 5) rompimiento de microproducciones manufactureras (no maquiladoras), 6) políticas económicas antiinflacionarias basadas en control de salarios abaratando el valor del trabajo, así como destruyendo empresas productivas, 7) dolarizaciones en países mercado de grandes capitales, 8)desatinadas políticas económicas de exportación, 9)pérdida de la calidad de los productos alimenticios y suntuarios y 10) sobrevaloración a la política de exportación sin desarrollo del mercado local” [1].
En simples términos, parece estar claro que, en países utilizados como laboratorio para distintas experimentaciones económicas, culturales, educativas, biológicas, etc., la división internacional del trabajo (segunda posguerra mundial), regionalización (década de los 80) y Globalización (última gran invención del capital tecnológico), han servido muy poco o nada para superar las precariedades históricas impuestas por algunos países industrializados. Más bien, la dependencia, improductividad, decrecimiento económico y muchos tantos más, constituyen hasta hoy, algunos de los principales problemas de la brecha entre pobres y ricos que lejos de reducirse tal como lo pregonaron algunos organismos internacionales, la realidad es totalmente contraria. Por ejemplo, para el año 2014 “Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o menos, ha crecido de 1200 millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si continúan las actuales tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día. Como señalan Sen y Kliksberg (2007), “el 10% más rico tiene el 85 % del capital mundial, mientras la mitad de toda la población del planeta solo tiene el 1%”. Particular incidencia se presenta en el sobreconsumo de los países desarrollados y sus consecuencias ambientales y sociales el modelo alimentario que se ha generalizado en dichos países (Bovet et al., 2008). Un modelo caracterizado, entre otros, por una agricultura intensiva, industrializada que desplaza a los pequeños productores y es objeto de especulaciones financieras que provocan crisis alimentarias, al tiempo que utiliza grandes cantidades de abonos y pesticidas y recurre al transporte por avión de productos fuera de estación, con la consiguiente contaminación y degradación del suelo cultivable”, y añade: “Un creciente consenso global reconoce, pues, la incapacidad del sistema agrícola y alimentario mundial para satisfacer las necesidades de los más de 7000 millones de habitantes y de evitar las millones de muertes anuales en los países en desarrollo por desnutrición crónica y la degradación ambiental”[2].
Dichas apreciaciones han sido por demás rebasadas, es decir, que según las mimas Naciones Unidas en este año, “la población en pobreza suma 2200 millones, mientras el 80% carece de protección social integral, 12% sufre de hambre crónica y 1500 millones de trabajadores cuentan con empleos informales o precarios” [3]. Así que entonces, la tan llevada y traída equidad, inclusión, resiliencia, igualdad de género y otro sin número de términos que algunos organismos internacionales pretenden mostrar como novedosos, no son más que el recuento histórico de esclavitud y dependencia impuesta sobre los países pobres, marginados y explotados por más de 500 años, en realidad, los países pobres han demostrado históricamente su capacidad de resistir y transformar sus propias realidades, solo esto ha permitido su propia sobrevivencia, su negación a extinguirse como culturas, como pueblos.
En medio de estos elementos de contexto del año 2014, fecha en la que fue publicado mi artículo, los cambios surgidos, según esos mismos organismos internacionales no han variado mucho. Actualmente, “[…] De los más de 1.300 millones de personas que viven en situación de pobreza multidimensional, más de dos tercios — 886 millones—viven en países de renta media […] [4] lo que significa que, en realidad, las condiciones de vida de la población no se han modificado sustancialmente. Pero de esto me ocupo en otro trabajo. Veamos ahora el asunto que nos ocupa.
El modelo propuesto
A) El asunto de la producción agrícola nacional
No esta demás revisar el impacto de la segunda guerra mundial en los países dependientes, la cual, dicho sea de paso, únicamente respondía a los interés económicos y geopolíticos de los países industrializados. Pero como siempre ha sucedido, las sociedades dependientes sudan calenturas ajenas, a menos que se trate del interés de algunos grupos de poder local que ven en la guerra, una de los mejores instrumentos de ganancia económica.
En esa línea, al terminar la Segunda Guerra Mundial, en materia agrícola, los países pobres fueron destinados a la producción extensiva de alimentos y en el caso de países pequeños, a la agricultura intensiva, el propósito: Alimentar a la Europa desbastada. A cambio, los países industrializados vendieron su obsoleta maquinaria agrícola e industrial. Tal desequilibrio de intercambiar recursos naturales, alimentos y fuerza de trabajo por maquinas obsoletas, provocó el acelerado deterioro ambiental, contaminación, agotamiento de la fertilidad natural de la tierra y el uso indiscriminado de pesticidas y fertilizantes químicos en casi la totalidad de los cultivos. Con ello, las tierras fértiles se convirtieron en desiertos, los pequeños propietarios agrícolas fueron despojados de sus tierras mediante la intervención de préstamos bancarios de acuerdo al precio de sus tierras impuestos por la misma banca. En resumen, una gran masa de pequeños propietarios campesinos pasa a convertirse en jornalero agrícola que vende su fuerza de trabajo, mientras un pequeño grupo de campesinos terratenientes amplían sus propiedades sobre las mejores tierras.
Como efecto de dichas condiciones históricas de la producción agrícola se produce la migración, aumento de los precios de productos, deforestación, improductividad, usufructo desmedido de la tierra por parte de algunos grupos terratenientes y el nuevo uso del suelo, entre otros. La tierra no vale por su fertilidad natural, sino por el uso que adquiere en la renta absoluta. En un libro publicado en 1998 (5) he señalado que el problema agrícola salvadoreño no se halla únicamente en la propiedad sobre la tierra, sino, además, en el uso del suelo, esto es, en la falta de espacios que tienen los agricultores jornaleros para producir lo que antes les perteneció: la tierra como recurso económico, cultural, étnico, de identidad.
Precisamente al respecto del uso del suelo, conviene insistir en aquello que se hace obligatorio para el Estado sin que ello signifique el autoritarismo e imposición sobre los bienes privados, ya que, el Estado mismo es una expresión de lo Privado, del interés de lo particular. Empero, el Estado debe también asumir responsabilidades colectivas que favorecen lo particular en la colectividad. Ya al respecto Hobbes indica que “Los lugares y materia del tráfico dependen, como su distribución, del soberano. En cuanto a la distribución de las tierras en el propio país, así como en lo relativo a determinar en qué lugares y con qué mercancías puede traficar el súbdito con el exterior, es asunto que compete al soberano. Porque si encomienda a los particulares ordenar ese tráfico según propia discreción, algunos pueden atreverse, movidos por afán de lucro, a suministrar al enemigo los medios de dañas al Estado, y a dañarse ellos mismos, importando aquellas cosas que, siendo gratas a los apetitos humanos, son, no obstante, perniciosas o, por lo menos, inaprovechables para el Estado. Corresponde, por tanto, al Estado (es decir, al soberano solamente), aprobar o desaprobar los lugares y materias del tráfico con el extranjero” (6)
Sin duda que, en razón de su historia, los Estados adquieren y conforman sus propias formas de organización. Sin pasado, sin historia no hay futuro, el presente es circunstancial. “…Cuix ac nelly nemohua oa in tlaltipac? (¿es que en verdad se vive aquí en la tierra?, no para siempre aquí)” (7), el presente es, entonces, una construcción sincrética de todas las esferas de la vida. Si las esferas de la vida se construyen sincréticamente, entonces la agricultura como una de ellas, resulta del sincretismo (articulación, mezcla, concatenación) de la actividad cultural y demás elementos cosmovisivos. Así pues, como señalamos más adelante, la agricultura salvadoreña está conformada no solo por la actividad económica de sobrevivencia, sino, fundamentalmente, por su carácter profundamente cultural. Sistemas heredados, formas y modos de vida, constituyen el primer plano de observancia hacia la formulación de una Política Agrícola coherente con la historia, el presente y su devenir.
B) La recuperación de la identidad agrícola nacional
En medio de las formas que los Estados Políticos nacionales adquieren, se halla intrínseca la historia. En la mayoría de sociedades dependientes, el paso abrupto del capitalismo feudal a ultranza hacia el capitalismo industrial-tecnológico ha puesto en evidencia las asimetrías del mismo sistema capitalista. Ciertamente, aquí y ahora, la coexistencia entre lo feudal, industrial y tecnológico riñe poderosamente con el desarrollo cultural, económico, educativo, social y el diseño urbano y rural habitacional, laboral y cultural de la población. En países dormitorios (únicamente funcionales para el consumo, sobrevivencia y circulación de capital), esa coexistencia de lo feudal, industrial y tecnológico estimula la confusión de identidades, funciones y formas de participación en la sociedad. Traducidas esas confusiones en Modos y Formas de vida, los mismos estados políticos desconfiguran sus propios proyectos de nación o en el peor de los casos, lo ignoran. Eso fortalece la dependencia, esclavitud, vivir de la caridad, admitir y asimilar cualquier ocurrencia experimental externa a cambio de dadivas o préstamos. En simples términos, en este tipo de países, las desidentidades de lo económico, político, social, educativo no resultan de lo circunstancial, devienen de hecho, de procesos de endoculturación o aculturación.
Frente a tales condiciones, la agricultura como Forma y Modo de vida, demanda imperativamente su reconformación y reconfiguración impulsando Formas Económicas alternativas, alternas, coadyuvantes, articuladas, concatenadas y, sobre todo, factibles, ajustadas y apropiadas a la realidad nacional, el estado debe transformar la actividad agrícola y convertirla en una IDENTIDAD AGRICOLA (Emic y Etic). Esto significa pensar y construir la economía desde la producción individual, familiar y colectiva. Implica la refuncionalización de cada una de las formas de producción en virtud de la productividad, la reconversión del concepto jurídico, político, administrativo y cultural de las instituciones, de la localidad, de cada territorio en donde se halla la esencia de la producción nacional, esto es, la comunidad.
La economía no es posible sin la existencia de la educación, salud, vivienda, infraestructura, innovación, tecnología, industria, agricultura y todas y cada una de aquellas esferas en las que el ser humano es capaz de producir en armonía con la naturaleza, en función de ella, es decir, en función de preservar y fortalecer los recursos naturales proveedores de riqueza. Pero nada de ello es posible sin la cohesión de un concepto de nación articulado con la concepción del mundo, del mundo que El Salvador requiere, el cual constituye a su vez, su propio mundo. Los seres humanos producen más que economía, producen colores, formas, figuras, emociones e ideas, eso les otorga su condición de ser humano, de especie. La producción del mundo se logra mediante la producción material pero también intelectual, sin las dos, difícilmente podemos comprender la historia y devenir humano.
Se trata de la RECONVERSION DE EL SALVADOR, lo cual implica, entre otras cosas, la RECONVERSION DE LA ECONOMIA AGRICOLA que resulta ser un adeudo histórico de todos los salvadoreños con visión de nación, con proyecto de nación PROPIO a partir de la construcción de una patria pluriétnica y multicultural. Se trata de pensar una nación a partir de la microunidad territorial. Un proyecto de nación que se fundamente en el DESARROLLO LOCAL, MUNICIPAL en todos los órdenes de su propia dinámica y particularidad histórica, cultural, económica, industrial, tecnológica, política, social y particularmente agrícola.
B) La cuestión agrícola
Pensar la pobreza alimentaria implica establecer una serie de correlaciones de orden histórico-cultural y sus respectivas derivaciones productivas, educativas y sociales. En principio de cuentas, en realidad, el problema no consiste en la carencia de alimentos, sino en cambiar las condiciones que el mismo sistema capitalista ha diseñado sin interés de bienestar social a partir de políticas desfiguradas de las propias realidades que cada nación posee. La historia de la agricultura no es ya la historia de los pueblos, sino, la historia de quienes han usurpado y usufrutuado las formas tradicionales de producir alimentos asociados a cosmovisiones étnicas y culturales, sobre todo en países pobres en donde la agricultura es más que una actividad económica de sobrevivencia, representa y constituye en esencia, la propia producción y conformación del mundo de quienes la realizan, heredan y transfieren de generación a generación, dicho de otra manera, el sistema capitalista ha sido incapaz de respetar y fortalecer la agricultura como Cultura, la ha convertido en mercancía simple de la actividad comercial, sin valores de la propia identidad que cada producto contiene.
Así las cosas, vista la agricultura sin arraigo etnohistórico, desprovista de constituirse en un concepto de mundo, de cultura, de identidad, el problema de la Distribución y Consumo de los productos se halla vinculado a la capacidad de compra-consumo y a los intereses y cultura misma del consumo de los productos agrícolas. Cuando se trata de poblaciones con predominante historia Colonial y de servidumbre, está claro que su cultura de consumo se orienta hacia el gusto y asimilación alimenticia de lo aprendido y asimilado de los grupos de poder económico. Las fincas, haciendas y demás, han servido históricamente para crear y determinar el gusto en la población solo por algunos alimentos, a sobrevivir con lo básico, a comer siempre lo mismo; en tal sentido, el consumo de productos diversos que escapen a dicha cultura asimilada desde el feudalismo, muy difícilmente podrá modificarse sin la intervención de un Estado-Rector que genere posibilidades para la diversificación de la dieta alimenticia heredada de la servidumbre colonial hacia nuevas prácticas alimenticias en cada individuo y grupo familiar. Dicha nueva cultura no debe confundirse con consumismo. En el consumismo, no cuenta cuánto vale el dinero sino cuánto vale simbólicamente lo material, lo que se consume, lo que se compra con dinero. En cambio, “el acto del consumo es un acto de todos porque el fin último de dicho acto comprende la satisfacción de una necesidad humana. Las variaciones de dichas necesidades surgen cuando el consumo se transforma en consumismo, es decir, cuando las mismas mercancías no satisfacen el simbolismo necesario para la pertenencia al grupo o a la propia identidad, entonces adquieren diversos matices. Las variaciones refieren en primer término la tipología misma del consumidor. En sociedades de alto consumo, es decir, en sociedades en las cuales se excede el consumo y se adquieren bienes o servicios extraordinarios, excesivos o innecesarios, el consumismo se convierte en un hábito, costumbre y patrón sociocultural”(8). Marcada la diferencia se desprende que el acto del Consumo es innato a todos y que su existencia y las formas que adquiere están determinadas por la cultura que las practica, sin que con ello se exceda su propósito. Pero ciertamente, “los pueblos reproducen la cultura de los grupos de poder y mientras dichos grupos ostenten su condición de esclavos, tanto ostentarán sus pueblos, salvo en los casos de sociedades en donde el conocimiento y su educación alcancen mayores niveles y sean ellas mismas, las que transformen su cotidianidad social, cultural, jurídica, económica y política. Sólo en ese caso, el destino y uso de los recursos naturales que poseen habrá de modificarse en función y servicio del desarrollo humano”(9).
Sin duda que en países con Proyecto de Nación, una política agrícola diseñada para el crecimiento nacional significa desarrollo educativo, científico y tecnológico; pero cuando se trata de países con diseños públicos y privados obsoletos, feudales y de poca perspectiva nacional, los modelos agrícolas responden más a los intereses de capitales individuales circunscritos a sus propias haciendas y sus alcances geográficos apenas se extienden a pequeños poblados en los cuales, la ganancia, ganancia media y ganancia extraordinaria es absorbida por el bolsillo del mismo capitalista que entre otras cosas limita y obstaculiza el desarrollo, en tanto su actividad productiva resulta anacrónica a la actividad económica macro, lo que finalmente se traduce en Formas y Modos de producción agrícola desordenados, desarticulados y plenamente dependientes de las condiciones externas impuestas por el comercio, la tecnología o la importación de insumos. Así sucede en el caso salvadoreño en donde la producción agrícola no ha sido más que la organización de pequeñas unidades de subsistencia básicas con características propias de la hacienda colonial. Quizás, eso explica por qué en este país, la agricultura dejó de ser parte del diseño capitalista industrial para convertirse apenas en una expresión de la economía parcelaria.
A pesar del reordenamiento del capital internacional, los signos en este país no parecen cambiar. Todo indica que la cultura de la hacienda se ha trasladado a la actividad comercial de nuevos rubros tales como pesca, maquila y servicios, pero en esencia, buena parte de capitalistas individuales no trascienden sus propios linderos parcelarios que se expresan en su microvisión del mundo, su nicho organizativo económico y su miedo a la competencia, la ciencia y el progreso. Con todo ello, resulta imperativo transformar este modelo económico anacrónico con el objetivo de disminuir los riesgos de descapitalización que se derivan del provincialismo y localismo económico sostenido durante tres siglos, sobre todo ahora que el capital comercial internacional impone nuevas conductas a partir de la transformación del capital agrícola en capital bancario con orientaciones tecnológicas.
El diseño de una política agrícola salvadoreña debe fundamentarse en la reproducción técnica, tecnológica y material Microeconómica de pequeñas unidades productivas y diseñar un modelo Macroeconómico articulado con esas pequeñas unidades para responder a las dinámicas externas. Dicho de otra manera, una Política Agrícola debe sustentarse al menos en tres condiciones: 1º. Fortalecimiento y ampliación de microsistemas productivos y comerciales, 2º. Intervínculos socioculturales y productivos entre los microsistemas, 3º. Autonomías regionales unidas por la interdependencia técnica, tecnológica y comercial. En cumplimiento de lo anterior proponemos la creación del PEADEN.
EL PEADEN
El Plan de Políticas Económicas Agrícolas para el Desarrollo Nacional – PEADEN se orienta desde diversas premisas. Sin duda que el problema agrario tiene distintos enfoques. En materia agrícola, desde 1860 el uso intensivo de la tierra y la producción de tres productos básicos (café, azúcar y algodón) modificaron las condiciones generales de la tierra (fertilidad natural) provocando al menos tres impactos a largo plazo: 1) baja competitividad y calidad (tanto en el mercado interno como externo), 2) desvalorización del capital social invertido y 3) descapitalización del campo y su deficiente aprovechamiento. En el ámbito sociopolítico, algunos “analistas” afirman que uno de los principales problemas de la producción agrícola se origina en la «No propiedad de la tierra» de quienes la trabajan directamente; sin embargo, lo cierto es que un repaso histórico del proceso de producción agrícola, de la formación de los sectores sociales y de los recursos naturales y área geográfica con que cuenta El Salvador a partir de la Independencia y la formación de la República, nos indican que el principal problema consiste en la falta de oportunidad del campesino para utilizar la tierra y producirla. . Desde esta premisa teórica que incluye el análisis sobre la inadecuada utilización y distribución de la tierra, debemos insistir que no son tecnologías altamente costosas la solución del problema, ya que la masa de jornaleros agrícolas y las pequeñas unidades productivas familiares, así como asociaciones o agrupaciones productoras no están preparadas para el control y dominio tecnoeconómico. La producción tecnoeconómica (agroindustrial o agrotecnológica) requiere en primera instancia de generar una Cultura de la producción agrícola y sincrónicamente, formar generaciones de productores con pleno dominio de la agroindustria en todas las formas que ésta requiere y exige. Si esto no sucede, la masa de jornaleros agrícolas, micro, pequeños y medianos agricultores pasarán a convertirse, entre otras cosas, en asalariados industriales, Forma productiva para la que NO están preparados. Por supuesto que es urgente capitalizar el campo con industria, recursos humanos y financieros, pero la capitalización debe realizarse de manera gradual que permita la asimilación del desarrollo industrial, la capacitación de su fuerza de trabajo y la creación de mercados comunitarios, locales, nacionales e internacionales que generen valores más cercanos a los costos de producción agrícola nacional desde la producción individual y familiar. Precisamente el tema de la producción individual y familiar constituye el fundamento de nuestras consideraciones. Si bien es cierto que El Salvador no cuenta con los mejores y diversos recursos naturales, eso se debe a la intensa explotación, apropiación indebida, pensamiento hacendario anacrónico y generación de micro-feudos que han rezagado en 60 años el modelo de desarrollo agroindustrial de este país. Frente a ello, las microunidades campesinas han sido forzadas al trabajo de eventuales, circunstanciales y por demás, desordenadas Formas productivas en las cuales han abaratado el valor de su producto y su fuerza de trabajo. Aún, siendo un país pequeño, si las políticas y organización agraria representaran los intereses de la nación, las posibilidades de intercambio, autoabastecimiento y exportación de productos pudiese funcionar con mayor desarrollo y el equilibrio del mercado interno permitiría una ganancia media más social que individual, es decir, las pequeñas unidades productoras generarían los alimentos básicos para su subsistencia y el intercambio de productos modificaría la dieta alimenticia logrando mejores niveles de salud, educación y calidad de vida, dicho de otra manera, no se requiere de grandes estrategias de producción agrícola para alimentar a este pueblo, no son recetas macro-productivas y de experimentación las que solucionarán el problema de la grave desnutrición y ahora hambruna de este país, la realidad exige soluciones imperativas que implican educar, pensar, actuar y responder a la nación desde la producción individual, familiar o cooperativa. Desde las pequeñas unidades de producción que conviertan la agricultura en verdadero sistema productivo, articulado, concatenado.
En este marco, mi propuesta del PEADEN tiene sustancialmente dos características: 1) se dirige fundamentalmente a la organización y producción agrícola de pequeñas unidades productivas familiares, comunitarias y regionales y 2) el intercambio de bienes y servicios entre productores y consumidores rurales y urbanos a través de formas mercantiles simples de compra-venta en tres niveles: comunitario, municipal y regional. De manera gráfica podremos resumir nuestra propuesta en el siguiente esquema:
Finalmente, se trata de reorganizar sistemas y formas agrícolas familiares con el propósito de aprovechar la escasa tierra productiva de este país. Esto significa transformar la cultura campesina impuesta por el Colonialismo hacendario y reactivar la producción agrícola familiar tradicional. En simples términos, se trata del establecimiento de correlaciones simbólicas, culturales e históricas entre el diseño de las Formas y los Modos agrícolas propios de la población en virtud de su condición histórica, geográfica, económica, educativa y cultural.
(1) Ticas, Pedro, El Salvador: el fin de la globalización en países dependientes y baja productividad, Co-Latino, El salvador, viernes 28 de febrero de 2014. pág. 14
(2) Citado en: VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2014). «Reducción de la pobreza» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7. [Fecha de consulta: 27/agosto/2014]. http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=01
(3) PNUD, Naciones Unidas, Informe sobre Desarrollo Humano 2014. Panorama General. Pág.3
[4] MPPN, Red de pobreza multidimensional. En: https://mppn.org/es/2019-ipm-global/
(5) Ticas, Pedro, Campesinos en El Salvador, Economía, migración y narrativa, Ed. UTEC, El Salvador, 1998. Pág. 83
(6) Hobbes, Thomas, Leviatán, INEP.AC, Pág. 102
(7) Nezahualcóyotl, Pensamiento, ( poeta, emperador azteca,1402-1472)
(8) Ticas, Pedro, Antropología económica del consumismo salvadoreño, Co-Latino, El Salvador, 26 de diciembre de 2012. Pág. 20
(9) Ticas, Pedro, Cambio o climático, desarrollo sostenible y sustentable en países dependientes: Antropología del ecosistema, Co-Latino, El Salvador, 4 de marzo 2013. P.17